08 mayo 2013

A veces pienso

Que el día que "querer celeste" sea tan simple como mezclar azul con blanco, el mundo va a ser una puta fiesta.

25 abril 2013

Esta

Es una buena oportunidad para recordarles (?) que el blog cumple ocho años en agosto. Ya es un niño que está en segundo grado, en cualquier momento le empiezan a salir pelitos ahí abajo.

09 abril 2013

Las manos


Las manos empuñaron espadas y escudos; trabajaron la tierra y las máquinas; treparon montañas y nadaron profundas aguas. Algunas tocaron guitarras y tambores de victoria. Otras secaron lágrimas derrotadas. Muchas manos destruyeron, pero muchas más ayudaron para que siempre se construya. 
Pasan los años, se escribe la historia y no parece haber reconocimiento suficiente. En definitiva, no es nada menor el trabajo de las manos, capaces de seguir sosteniendo a este pesado mundo. 

03 marzo 2013

Sin manos


Habíamos llegado, como todos los años, al Centro Municipal de Exposiciones para rellenar las bibliotecas. La Feria del libro resultaba un lugar enorme y, como no era la versión infantil (esa se hace en Julio) tuve que hacer un enorme esfuerzo para no poner mala cara durante toda la recorrida. Era mayo del ’98 y luego de varias horas de caminata, nos metimos con mi madre en el stand de Ediciones de la Flor. 
Allí recorrí las estanterías durante un rato y de los libros disponibles, hubo uno que me atrapó por el dibujo de la tapa. Era una encuadernación verde y en ella se veía a un delantero que, tras haberse enganchado el botín con la línea del área, había caído al suelo, desperdiciando una clara oportunidad de gol. El arquero rival estaba dibujado con una boina y tenía los ojos achinados de tanto reírse del desparramado jugador número nueve. Las letras en negro con la palabra "Humor", que cruzaba un ángulo superior de la portada, era una buena introducción a la obra y el nombre del Autor ya lo había visto antes en algún lado.
Antes de pedírselo  a mi vieja, quise saber qué era lo que me estaba llevando, no fuera cosa que agarrara algo que después no fuera a leer. Empecé, como con cualquier libro nuevo, a ojearlo desde atrás hacia adelante. Nunca soporté la ansiedad develada en los finales, pero en ese momento, con nueve años, no lo sabía.
Pasando las hojas me enamoré. Me gustó cada uno de los trazos pero más me fascinó haberme reído tanto con esos dibujos que no se movían. Volví a donde estaba mi progenitora y le pedí que me lo comprara. -Tenés suerte -me dijo- el Autor es ese señor que está sentado ahí y está firmando libros. Lo llevamos, si querés. No podía ser real lo que estaba escuchando, pero tampoco había más tiempo por perder. Ella interpretó mi sonrisa con forma de pasacalles como un -Sí, por favor, y luego de pasar por la caja, me puse en acción.
Me ubiqué en la fila detrás de un hombre y esperé que la línea avance. Cuando me llegó el turno de acercarme a la mesa, estornudé como si no hubiese un mañana. No sé si fue el polvo del ambiente, la luz artificial de lleno en los ojos o un breve lapso de tensión, pero de haber tenido a alguien abajo lo hubiese bañado con microbios. Claro está que podría haber cubierto la erupción con mis manos, pero como las tenía ocupadas con algo tan nuevo y tan mío, no hubo chances de hacer semejante sacrificio. Me limpié la cara con la manga del buzo, tomé aire y le extendí el libro al Autor.
El Autor tenía casi cincuenta años en ese momento. Era delgado y la barba de tres días le cubría los cachetes y el mentón moreno. Del otro lado de la mesa, el hombre, que había visto toda la secuencia, me preguntó mi nombre. Le contesté y esperé en silencio. El Autor me miró por encima de sus anteojos y con un marcador se puso a garabatear. Yo no tenía manera de saber qué era lo que estaba haciendo y era tal mi ansiedad por descubrirlo que tuve que apretar fuerte los puños para canalizar la energía. El Autor me devolvió el libro y me dio la mano, como hace la gente grande o los que no se conocen. Giré sobre mis tobillos y caminé hasta encontrar un lugar para sentarme. Al abrirlo entendí que Caloi era bastante más que un buen dibujante y que las palabras "Salú, Julián", son mucho mejores si vienen de Clemente. 

11 febrero 2013

Aguafuertes porteñas


Dobló la esquina y estacionó pegado al cordón para que se mojaran un poco menos. Abrió la puerta y subieron una morocha y un pibe que salió sin paraguas. En la calle no andaba casi nadie, mucho menos a pie, y el colectivo venía prácticamente vacío. El flaco subió atrás de la morocha, pagó y se mandó para el fondo dejando una huella de gotas que le chorreaban. La morocha se quedó adelante mirando algo. La ventanilla del primer asiento de la derecha estaba abierta y los asientos de cuerina estaban pasados por agua.

Ella dijo:
-Te la cierro, se está empapando todo.
Él dijo:
-No, no, no. No cierres, dejá así. 

Ante la cara de sorpresa de la morocha, que no atinó a sentarse en alguno de los quince lugares disponibles, sintió que le debía una explicación. 

Él dijo:
-Pasa que necesito que entre aire, con la humedad que hay se me empañaron todos los vidrios. No veo nada. 
Ella dijo:
-Ah, pará -cerrando la ventana- ¿no tenés un trapito? Se lo paso, no tengo historia. 

Hacía un tiempo que estaba solo y se había olvidado lo que era charlar con alguien nuevo. Y aunque no pensaba en que eso cambie, nadie es inmune a un domingo de lluvia. 

Él dijo:
-No te hagas problema, es mejor -mientras pasaba un semáforo en rojo- si volvés a abrir el vidrio. 
Ella dijo:
-No tengo nada mejor que hacer. Dame el trapo que tenés ahí -señalando un trozo de tela gris que había entre la máquina y el asiento- no me cuesta nada. 

Afuera la tormenta se había convertido en diluvio y el cielo estaba negro. Aunque eran las seis de la tarde las luces de la calle ya estaban encendidas. Él empezaba a sentirse cómodo y hasta pudo sonreirle. Revisó con la vista la camisa y el pantalón, esperando estar impecable. Ella se miró en el reflejo del vidrio, y al verse a su derecha, le gustó la pareja que hacían. 

Él dijo:
-Sacaste boleto de un peso con cincuenta, así que no vas muy lejos. 
Ella dijo:
-No, acá nomás. Voy hasta el shopping -mientras terminaba de limpiar el vidrio- tengo ganas de ver una película. 

Para el shopping faltaban cinco cuadras. Para el final del recorrido, una hora. 

Él dijo:
-¿Te encontrás con alguien o vas sola?
Ella dijo:
-Todavía no sé si viene una amiga. Me parece que con esta lluvia... 

Y ahí nomás supo que si no hablaba rápido se iba a quedar sin chances de cononocerla y de enamorarse. 

Él dijo:
-A cuatro cuadras de la terminal hay un cine, si querés esperarme, vamos. 

Ella dijo: 
-Bueno, dale. Le mando un mensajito a mi amiga y le aviso que no venga. 

Él se acordó que hacía mucho tiempo no salía por primera vez con una mujer que le gustara tanto.
Ella se acordó que en frente de la sala hay un telo muy lindo. 

27 enero 2013

Piedra, papel o tijera

Apenas salí a la calle, levanté la vista y, antes que pudiera girar y seguir caminando, algo me llamó la atención. En la vereda de en frente había una pareja joven. Por lo angosto del camino en el barrio de Congreso, ese que todavía conserva algunas formas desde la época colonial, los tenía relativamente cerca. Él tenía puestas unas bermudas negras, una camisa de manga corta y se le notaba la cara de cansado. Ella tenía un vestido de flores breve, por encima de la rodilla, y del hombro le colgaba una cartera que parecía pesadísima. Estaban parados muy cerca del cordón de la vereda y con las alpargatas puestas ella no le llegaba al mentón. Ninguno de los dos se acercaba a los treinta años y, a juzgar por sus caras, no estaban en su mejor momento. Es bastante habitual en esta época que la gente no ande sonriendo por la vía pública, pero estos parecían enojados por algo, aunque no se decían nada.
Él se tocaba las mejillas, los pómulos y la boca con las puntas de los dedos. De vez en cuando cerraba el puño o torcía la muñeca de alguna manera. Ella esperaba que él bajara los brazos y arrancaba con nuevos gestos, sus gestos por todo el aire. Se tocaba la nariz, los cachetes y los ojos con una velocidad casi histérica. Él aguardaba pacientemente que la dama terminara y negaba con la cabeza, no le daba razón. De nuevo sus brazos volvían a bailar, formando palabras a través de movimientos que ella comprendía pero, al parecer, no aceptaba como válidos. Bajo el foquito de luz naranja que los iluminaba desde arriba, las sombras iban y venían en el piso, formando un espectáculo por el que no hubo que pagar entrada.
Así estuvieron un rato, bamboleando las manos, los dedos, los humores y los pensamientos. No hubo pausa, pero tampoco hubo interrupciones, hasta que algo salió mal. No tengo idea qué pasó, qué fue lo que los ofendió tanto, pero en un segundo dejaron de esperar cada uno su turno. En el preciso momento en que los brazos de los dos se agitaban en simultáneo, comprendí que se trataba de dos sordomudos discutiendo y cuando lo supe, no pude hacer otra cosa más que reírme. Cuando la risa es tan auténtica y nace desde el fondo de la panza es inútil intentar detenerla. Semejante carcajada no fue por la imposibilidad de ambos para poder hablar. Me reí de todos los ignorantes que alguna vez, en una discusión de pareja, deseamos por un segundo que el otro enmudezca. Ahora, sin siquiera pensarlo, tenía la certeza de que ni aún así son evitables ciertas complicaciones en la vida de a dos.

Dedicado a Lau y a Malu por fumarse los borradores.