15 septiembre 2009

Ojota

-Esto que te voy a recetar son lágrimas. Te las ponés mínimo cada 4 hs y listo. Lo importante en realidad es que te relajes, dijo el Dr.
-Ok.
-Igual pedí un turno en recepción para ver cómo evolucionás.
-Dale que va.

Al otro día, receta y carnet de la obra social mediante, fui por las famosas gotitas. Una vez efectuada la transacción, solo restaba introducir el liquido por debajo de mis párpados, pero dada mi inexperiencia en el tema, lo del arrojamiento del líquido en cuestión sabía iba a ser una tarea por demás complicada. Tenía que tener en cuenta que jamás en mi vida había experimentado problemas en lo que a la visual se refiere, ni siquiera con una estúpida conjuntivitis como todos los niños durante la infancia. Sabía, además, que el proceso de aprendizaje llevaría su tiempo.
Ya con el Pomo de la muerte entre mis manos, volví a mi escritorio, abrí el frasquito con timidez y algunos segundos más tarde ya estaba con la cabeza reclinada dispuesto a auto flagelarme.
En un primer intento le pifié de tal manera que, con la boca abierta, me hice el enjuague bucal más caro de mi vida. En una segunda oportunidad, pero en el baño de mi lugar de trabajo, me bañé los dos cachetes con la solución mágica y entré en desesperación: No podía ser tan inútil.
Completamente enojado con la vida, con los fabricantes de gotitas, con los oftalmólogos y con la puta que lo parió, volví a apoyar el culo en la silla, con intenciones de llorar por mi estupidez. Ya habían pasado unos veinte minutos desde la situación inicial y sabía perfectamente que era algo que para el resto de los mortales era un trámite que duraba lo que un pestaneo.
Finalmente, mis compañeros de trabajo devenidos en Super Héroes me ayudaron con la tarea y con sumo cuidado me desvirgaron sin ningún tipo de problemas, aunque ofrecí algo de resistencia. Lo importante era que ya no le temía al uso del líquido en cuestión, pero sí al frasco que lo contenía aunque podía sobrellevarlo sin quedar en evidencia.

Diez días más tarde, habiéndole hecho caso al médico, me tocaba regresar a la clínica. Justo ese día y como por arte de magia, todo el contenido del Pomo de la Muerte ya había sido arrojado por completo sobre mis pupilas y para cuando me di cuenta de mi nueva dependencia por esas putas gotitas, ya era demasiado tarde.
Las horas que me separaban de la nueva visita a la clínica fueron eternas. Hasta se podría afirmar que, literalmente, no veía la hora de llegar al oftalmólogo, cosa que sería un simple chiste bobo habitual en mí si no fuese que durante absolutamente todo ese viernes había sufrido en carne propia la abstinencia lacrimosa, dejándome los ojos peor que los de Enzo Francescoli.
Cuando el reloj marcó las 18, apagué la máquina y luego de una pequeña escala técnica en casa, arribé al Centro de Salud.
Una vez dentro del sitio, la recepcionista me tomó una prueba de "Agudeza visual" y algunos segundos más tarde pasé a la sala contigua a la espera de mi turno.
Para decirlo de un modo bonito, digamos que en el lugar había más Bizcochitos que en un paquete de 9 de Oro sin abrir. Mi miedo a que sea contagioso, por supuesto, aumentaba a ración de 0,25 con cada minuto que pasaba.
Cuarenta minutos después de haber apoyado las asentaderas en un cómodo sillón, el médico coreó mi nombre y me arrimé hasta el consultorio. Me tomó otro examen de esos de decir letras pequeñas con un ojo tapado, luego lo mismo con el otro y sugirió que me relaje. Al parecer, no se debe estrictamente a un problema visual, mucho menos a tener los nervios ópticos enredados (como los niñitos de la sala de espera) sino que la causa de mi deficiencia ocular estaba estrictamente relacionada con el cansancio, el tabaquismo, el exceso de cafeína y la falta de ejercicio. Recién ahí pude respirar tranquilo.
Puede que próximamente muera por cualquiera de las cosas enunciadas anteriormente y no me sorprendería en absoluto. Es más, cual sea fuera mi causa de defunción, seguro va a estar relacionada con eso. Eso sí, desde el cielo, el más allá, colgado de una nube o donde concha me toque estar, voy a tener una vista divina.