13 enero 2012

Ass Hombro

Subir por escalera los dos pisos que separan la planta baja del edificio en el que trabajo para llegar a mi escritorio no era una opción. Mucho menos después de fumar, y mucho menos después de fumar dos cigarrillos al hilo en un lapso inferior a los doce minutos.
Si bien lo de estar encerrado me representa problemas, tal como lo he contado en alguna oportunidad, con el correr del tiempo me acostumbré a tolerar el viaje. En definitiva, la paja puede más y mis pulmones ya están pasando factura.
Hace algunos días, volviendo de apagar uno de los últimos vicios de la tarde, arribé al elevador en el preciso momento que comenzaba a cerrarse. Con la valentía que me caracteriza, le pegué un hombrazo a la puerta y cuando puse el primer pie adentro, lo vi. Tenía la edad de mi viejo, la cintura ancha como si hubiese sido durante años miembro activo del "Club de la Tira de Asado" y, aunque soy alto, me sacaba una cabeza y media. Me miró de arriba a abajo como quien hace una radiografía, y mientras se acomodaba dentro del pantalón la camisa a cuadros, me dijo: "Que buen físico que tenés". Ok, si hay algo que no tengo, es un físico privilegiado, pero eso no era lo importante.
Cuando el segundo pie y el resto de mi osamenta se introdujeron en el cúbiculo enlatado, el hombre arremetió: "Qué lindo pibe que sos". En ese preciso instante las dos puertas se cerraron a mi espalda, dejándome inocentemente expuesto al pederasta. No me molestaba su elección sexual, en absoluto, pero imaginarme al tipo encarando pebetes me incomodaba lo suficiente como para querer huir lo antes posible.
Sin dar muchas explicaciones y dejando que la mueca en mi cara hablara por sí sola, transité hasta mi lugar de destino con la espalda apoyada en la puerta y las manos tapándome el culo, de frente al degenerado. Después de todo, pase lo que pase, hay un invicto que conservar.