15 octubre 2010

Romperé y seré millones

Destruir todo tipo de cosas, podría decirse, es mi principal cualidad. Es una extraña virtud que me acompaña desde que tengo uso de razón y que, con los años, en lugar de aplacarse y reducirse hasta su extinción, aumenta más rápido que Sea Monkey en pileta olímpica.
Gracias a romper las pelotas, por ejemplo, he ganado cosas maravillosas, como casi todos mis trabajos, amistades, y desde hace seis meses -luego de romperle las pelotas durante casi un año- la atención ininterrumpida de una joven, a quien para protegerla llamaremos "Laur" y que me hace muy feliz.
Para los que entienden bien de lo que hablo, sabrán que lo de romper cualquier objeto que fuese, no se trata de un simple acto que se da imprevisto con consecuencias nefastas. Se trata, para ser más claros, de toda una medición de factores que van desde la dirección del viento que corre en la cocina, la cotización del dolar y la cantidad de chizitos mojados en vasos de jugo en un cumpleaños infantil. Podría decirse, en definitiva, que es un arte con poca divulgación. Malba: Allá vamos.

Esta mañana estaba negado a salir al mundo. Me había pasado más de media hora dando vueltas entre las sábanas pensando las mil y un maneras de detener el tiempo para poder quedarme o bien, en una excusa creible para faltar al trabajo.
Había resuelto a la perfección la ecuación colchón-sábana-almohada-cucharita y por nada en el mundo, mucho menos por una remuneración por un trabajo que detesto, deseaba moverme de ahí. Pensé en llamar a mi jefe y comentarle mi aflicción por la Peste Bubónica del siglo XIV, pero la descarté rápidamente: todos saben que no conozco Europa. Al rato se me ocurrió poner como justificativo un supuesto parentezco que me vincule a Romina Yan y me permitiera hacer mi mañana de duelo, pero con la cantidad de chistes negros que relaté la semana anterior, nadie me creería en absoluto. Mi suerte estaba echada y debía abandonar la comodidad y el placer de la cama y de la buena compañía para dirigirme hacia mi lugar de trabajo, por más que el sacrificio fuese titánico.
Con la gracia que me caracteriza, me acomodé como pude y puse los pies en el piso sin abandonar en ningún momento la idea de reptar. Apenas pasados algunos minutos y mientras intentaba colocar mis objetos personales dentro del morral, choqué accidentalmente un florero con aires de Superhéroe que tras un forzado despegue de la mesa que lo alojaba, voló por los aires hasta aterrizar y partirse. Fue en ese preciso momento cuando descubrí que los floreros no tienen siete vidas como Alejandra Pradón y que, sumado a mi desentendimiento de las cosas cuando apenas me levanto, tendría que ponerme a limpiar antes que mi novia cumpla realidad mi sueño de reptar partiéndome las piernas por dejarle el departamento hecho un quilombo.
Ayuda de la jóven en cuestión, trapo, escoba y palita mediante abandoné la escena del crimen y me encomendé a mis labores, pidiendo con dudosa tardanza perdón por lo sucedido.
En el subte camino a Retiro pensaba que al fin y al cabo estuve bien: si le rompo las pelotas todos los días y todavía me quiere, qué mejor manera que rompiendo un objeto contundente para demostrarle mi cariño.

Hay algo que tenés que saber, "LAUR": Te voy a seguir rompiendo cosas.