03 septiembre 2012

The Black Keys

El último post del año pasado hizo referencia al abandono de mi persona hacia, entre algunas cosas, este blog durante el 2011. Creo que en uno de los puntos dice algo así como "prometo volver". Pero, como siempre hay tiempo para cagarla, no cumplí.

El post que viene a continuación (es decir, unas líneas más abajo), sucedió el año pasado. Estuvo unas horas  "al aire", hasta que alguien me dijo que era peligrosa (ya verán por qué) la información que el mismo brindaba. Pero, en vistas que hace casi dos meses me mudé (4° en 4 años) a otro lugar, lo que pase en "La casita del terror" ya no me concierne. Ahí va:

Para cuando llegué a Martinez, ya me había gastado los últimos morlacos de la SUBE en dos colectivos y el subte. Eran las 23.30 del jueves y, por un mágico guiño del destino, había llegado a casa desde el barrio de Once en poco más de una hora y estaba más contento que mexicano con Green Card.
Al llegar a la puerta de mi domicilio, que comparto con dos de mis tres hermanas mayores, noté que esa mañana había salido de casa sin llaves y no había nadie del otro lado -salvo los gatos y Panza- para poder abrirme. No hubo resultado en la campera, en los bolsillos del pantalón ni en los recovecos de la mochila -que fue verificada en mil y un oportunidades antes de darme por vencido-. Sin impacientarme mucho, tomé mi teléfono celular y cuando quise llamar para pedir refuerzos, el aparato se quedó sin batería antes de poder hacer contacto. 
Tratando de no desesperarme recorrí la zona durante casi una hora en busca de una cabina telefónica. En vano fue caminar y dar quichicientas vueltas hasta que tomé una decisión inesperada: tocarle el timbre a mi vecina a la que sólo vi dos veces en estos casi tres meses que llevo aquí viviendo y que me deje improvisar. Me apersoné en el lugar y luego de explicarle lo sucedido, amablemente me invitó a pasar a su patio, que por esas cosas de la vida, está estrátegicamente conectado al mío e inicié la acción.
A la hora en la que la Polícia Bonaerense primero tira y después pregunta, hice uso y abuso de lo poco que aprendí de las películas de Spiderman: puse un pie en una ventana, me agarré de la reja, tomé aire, boleé la pata izquierda y en menos de cinco segundos ya estaba parado en el techo de mi lavadero. Para alguien que le tiene cierto respeto a todo lo que esté por encima del medio metro sobre el nivel del mar, estar parado a 3mts de altura fue toda una hazaña que recién comenzaba. Seguí caminando hasta el borde de la edificación, y con sumo cuidado de no destartalarme los dientes en una vergonzoza caída, desembarqué en mi hogar y di por finalizado el curso acelerado y autodidácta de Parkour.
Una vez en mi residencia, apenas empecé a fantasear con una rica cena, una cerveza, una ducha reparadora y dormir como corresponde, advertí que la puerta que conecta la cocina con la superficie descubierta estaba cerrada bajo llave: me sentía meado por un elefante de buen tomar. Haciendo fuerza para no automutilarme las pestañas con un encendedor por mi mala fortuna, pensé en como hacer para entrar en serio de una buena vez. Tras una breve inspección de los elementos a mi alcance, supuse que iba a necesitar algo largo y finito como pija de perro que me permita destrabar la ventana de la puerta. Con la ayuda de un pincel para acuarelas, un poco de maña y cuidado para no romper nada, forcé el pasador y sentí de nuevo un poco de vida en el pecho al estar tan cerca de mi objetivo. Metí la mano desde afuera como nos enseñan los noticieros hoy en día, giré la llave -que afortunadamente, había quedado puesta- y entré feliz de haberlo hecho, además, sin ninguna herida de bala por falta de comunicación con el yuta.