16 marzo 2010

De la vida cotidiana I

Sala de Reuniones. Hace una semana me asignaron a una mujer para que me ayude con un proyecto.

Mi Jefe: Bueno la idea es que ella sea la que lleve adelante el laburo.
Chul: Ok.
Mi Jefe: Entonces, que ella sea la que opere y en tal caso serás vos el que la apoye.
Chul: Ok...
Mi Jefe: Pero la idea es que se nutra con esto y que vos no estés todo el día, todos los días apoyandola, sino..
Chul: ¡Sino es vicio, Roberto!

5 monos mirándome con cara de "No aprendés más".

Chul: Me voy, ¿no?
Mi Jefe: Sí.

01 marzo 2010

No Panza nada

Pasear a Panza y con Panza es algo que me sucede prácticamente a diario.
Lo de ponerle la correa para salir en paz no es tarea fácil para ningún sujeto. Mucho menos lo fue para mí la semana pasada, al día siguiente de haber jugado un encuentro de fulbo, tras medio año alejado de las canchas.
Las consecuencias del partido, veinticuatro horas más tarde, fueron un constante dolor en las piernas y la cintura, dejándome en desuso para cualquier tipo de actividad física.
En un primer momento puse en duda lo de cumplir con el temita de caminar con el can, ya que de verdad me dolía hasta el último rincón del upite, aunque acostumbrado a los desafíos de Super Héroe, no me dejé amedrentar por las circunstancias y salí a la calle con el cuzquito como acompañante.
Con mucha dificultad logré desatornillar mis piernas del suelo, para hacer cada movimiento en cámara lenta, mientras ellas pedían por favor un poco de descanso. Amenazaban, las dos, con arrojarme al piso y no volver a erguirse hasta el próximo milenio si no detenía la marcha inmediatamente.
Varios pasos después, ignorando el pedido de mi cuerpo, pasamos con Panza por el frente de un típico chalet de Martinez, de esos decorados con el mal gusto de la abundancia.
Estacionado sobre la vereda, yacía un moderno auto de origen japonés blanco y brillante como culo de esquimal, cuya patente comenzando con la letra "I" denunciaba su juventud rutera.
Parado en la puerta, un hombre con aspecto de empresario y pinta de dueño del vehículo detuvo su mirada sobre mi osamenta, pensando, quizás, que con sus ojos vigilaba mi trayectoria a tan corta distancia del animal de lata.
Panza y yo continuamos nuestra marcha de Carnaval por el hogar del desconfiado, gozando con su miedo injustificado y haciendo caso omiso a su amenaza telepática.
Creyendo controlar la situación, la sorpresa me llegó en forma de tirón de mi mascota, de tropiezo de mi parte y de posterior sacudida. Sin dudas no era más que una venganza de mis extremidades inferiores.
En un instante perdí el control y aterricé sobre el espejito lateral, llenando mi cintura con un golpe que inundó con un ruido seco la tranquilidad del barrio. Estaba en problemas.
El tipo se quedó inmóvil, parecía que le faltaba nafta al ver como un idiota con dificultades motrices casi arruina la simetría de la mecánica oriental.
Nuevamente me clavó la vista, sin decir palabra, afectado por una mudera. Le devolví la mirada, y llevándome al pecho la mano que no sostenía la correa, le dije: "Disculpame... soy rengo hace poco".
Al hombre, ahora sorprendido al cuadrado, la expresión de odio se le fue y rápidamente tomó su lugar un dejo de lástima por quien hacía unos instantes casi le hace estallar el corazón de la bronca.
Los cincuenta metros que me separaban de la esquina se convirtieron en escenario para el improvisado show que tuve que montar para justificar mis dichos. No me quedó otra que seguir caminando con exagerada cojera, si quería seguir con vida, hasta desaparecer de su alcanze visual. El horizonte está lleno de pelotudos.