Somewhere Over The Rainbow

Para llegar hasta su aldea, es necesario viajar miles de kilometros al norte desde las costas de Tnosis. Su geografía es atípica: Del lado este de la montaña mayor, los pequeños árboles llenan el viento de un aroma particular. No diferente de la lavanda y a veces parecido a la miel. La transparencia del agua de los lagos lindantes con la cueva lo convierte en un lugar maravilloso para la vista de los paseantes ocurrentes que deciden encaminarse. Del lado oeste de la ladera, el paisaje cambia por completo: solo se avistan nubes negras y las altas copas de los árboles se mezclan entre ellas. Como anunciando una nueva tormenta con cada minuto que pasa. La temperatura parece agradable, aunque en algunos momentos del año puede descender hasta lo mínimo que un cuerpo pueda tolerar.
Los peregrinos del viaje son escasos. Mucho se conoce de la aldea, y pocos se animan a embarcarse en tal aventura. Además, los aldeanos prefieren mantenerse ocultos dentro de la Gran Cueva.
Desde que se tiene memoria que esta pequeña comunidad habita en las penumbras. No son malos, simplemente... indecisos. Prefieren la quietud, la incomodidad y la oscuridad antes que cualquier otra cosa. Entre ellos saben entenderse mediante gritos cavernicolas. Un lenguaje poco habitual para el resto de los mortales.
Los asuntos y las jerarquías están bien organizadas: a la izquierda están las mujeres cocinando un caldo a base de algún animalejo que encontraron por ahí. El manjar se cocina e hinunda la Gran Cueva de un vapor gris y espeso que dificulta aún más la visión de los aldeanos. En el fondo, los Jefes de la Tribu miran con desprecio a los niños y paseantes que andan de acá para allá y preguntan hasta el cansancio el motivo de tan poca coordialidad. Luego del almuerzo, la Cueva está revolucionada. Un rumor afirman que al salir de la misma una bestia los espera para devorarlos. Todos callan ante la órden del Gran Jefe y le hacen caso en sus directivas. Ninguno se atreve a desafiarlo o cuestionarlo.
Una vez finalizada la comida, Joha, charla con su mamá. El afirma haber visto un pequeño haz de luz a travez de una grieta. Una luz buena, clara y distinta a la única que existía para él. Ella sonrió entre lágrimas e intentó hacerlo cambiar de parecer. Incluso se negó a emprender el viaje de partida. Luego de varios días de pensarlo, llevó a su hijo a ese sitio que también conocía pero no se animaba a ver. Agachada entre las sombras hasta el hueco que oficiaba de frontera y escondiendose de los demás compañeros de la Cueva. El pequeño no comprendió los motivos por los que su madre tomaba ese riesgo y solo alcanzó a escuchar con el último aliento: "Que el Sol te ilumine, hijo".
Joha había sorteado las nubes, los arboles y había llegado al arcoiris que se dibujaba del otro de la montaña. Tal como en un cuadro de ensueños. Tal como lo había imaginado siempre.
Varios años después, el pequeño convertido en hombre, regresó al punto de partida. La madurez de su alma, mente y espiritú solo conseguida en tierras donde se agradece cada día del sol le demostró que ese sitio ya no existía. Tampoco había dejado rastros ni huellas. A veces lo recuerda entre lágrimas, dudando si alguna vez existió.