15 agosto 2008

Menage a trois

El primer y el segundo combate del día tuvieron lugares comunes. Por un lado, la vieja y el pelotudo que me insultaban a los gritos y del otro lado yo, a los gritos, para que alguien se dignara a darle el asiento a una embarazada y a una joven madre con un pequeño bebé a cuestas. La humedad de adentro del tren me hacía temblar la rotula y para cuando terminé de pelearme, me bajé hecho un campeón defensor del título en la estación Rivadavia. Aunque el trayecto hubiera sido tan incómodo como festejar el día de la familia con Ricardo Barreda, no era nada comparado con lo que vendría.
Todo lo que tenía que hacer ahora era esperar el colectivo hasta Ciudad Universitaria, consultar por mi analítico de CBC y seguir viaje para certificar el título secundario en el humilde barrio de Recoleta. Quizás, si los tiempos me daban, aprovechar el día para ir hasta la facultad para inscribirme y empezar a hacerme la cabeza por los años que me quedan.
Al llegar a Ciudad Universitaria, la fila ascendía prácticamente a 200 personas en búsqueda del mismo material que quien les habla iba a buscar. Llegado mi turno, cerca de las once de la mañana, el joven apostado del otro lado del monitor no tuvo ningun problema en decirme que no estaba listo todavía mi objetivo, y que si quería seguir con vida en el sistema, debería correr hasta llegar a Medicina. Mi nivel de apertura anal comenzaba a acrecentarse mientras la lluvia me empapaba hasta los pelos del culo y cuarenta minutos después ya estaba en el subte que me vería perecer.
La cantidad de floggers, emos y todo tipo de niños sin clases ni personalidad propia me molestaban por demás y aunque el ruido del subte y el volumen de mis auriculares eran bastante altos, uno no dejaba de escuchar "aaahhh reeeee" por todas partes. En venganza se ve que a alguien se le ocurrió que sería buena idea tirarse un pedo en el lugar cerrado, lo que provocó un desmán de gente aún peor del que venía sufriendo. La parte buena es que el pedo cerró la boca de los adolescentes y el viaje se hizo un poco más ameno, además descubrí que mi bufanda me defendía de la radioactividad anal de ciertos pasajeros.
La tortura empezaría unos minutos después, cuando ya estando en Medicina, vi mi número, lo comparé con el que mostraba el tablero electrónico, calculé a fuerza de contar con los deditos de la mano que había trescientas personas antes que yo y deduje, sin miedo a equivocarme, que de ahí adentro me sacarían abuelo y canoso.
La espera de tres horas y pico fue en verdad una tortura china. Una mezcla de incertidumbre entre escuchar a Serafín cantando en braile y un dolor solamente comparado con un golpe en la nuca con una revista Cosmopolitan enrollada. Me armé de paciencia y con la sana costumbre de que el destino me sorprenda, cometí el delito de ponerme muy contento cuando la pancarta iluminada marcó mi turno.
Me dirigí hacia el stand indicado, con el mismo ánimo con el que un atleta de los juegos paraolímpicos en silla de ruedas corre cien metros llanos y se choca con los obstáculos. Entrelazamos miradas con la encargada de poner el gancho y cobrarme, la saludé coordialmente y cuando por fin creía que el día del juicio final había llegado, cuando creía que nada peor podría pasarme, cuando me convencí que era el fin de un montón de trámites absurdos y que en breve estaría camino a casa, la señorita me comunicó que me faltaba una firma. Una firma que debía ir a buscar por el edificio del Ministerio del Interior, en microcentro.
Creo que el enojo de ese momento fue suficiente como para que la tormenta empeorara, no es que me crea Dios, pero mirar medio capítulo de Héroes se ve que me hizo mal. No soy de enojarme en absoluto, incluso creo que me enojé no más de tres veces en los diecinueve años que llevo vivo, pero aseguro que cuando lo hago es por una causa noble. Soy de los que piensan que todo lo que no sea malo en la vida merece ser vivido como una fiesta, pero en ese momento sentía como me estaban enfiestando a mí y no precisamente con mi consentimiento. Tenía que tomar una decisión: regresar a mi casa habiendo desperdiciado un día entero, o intentar llegar a microcentro y volver antes que los empleados den por concluida la jornada con el riesgo de que tanto city tour sea inútil.

Continuará...

6 comentarios:

ccccc dijo...

Como la UBA misma! jajaja.

Te busque en el msn para contarte que a partir del martes voy a estar por los estudios de Martinez. Despues te cuento bien, es tan tan copado que no me vas a creer, PUF!

Besitos

...::Ameliah::... dijo...

Ojo que mi facultad no anda muy lejos... Tardaron un año en hacerme las equivalencias que habian dicho que se hacian "en un mes, total esto es una pavada"...
Besos que te ven mañana... :)

Pau Go dijo...

Wow! Qué decidirá nuestro super héroe? No se pierdan el próximo capítulo de "Un día con Chulian: La UBA y yo"

:)

InfameMary dijo...

Paso y por acá voy a volver... saludos!

Akasha! dijo...

Uffff...

Creo que lo hacen para justificar lo injustificable: los sueldos de los empleados publicos.

El horror! El horror!

Anónimo dijo...

y en este posteo faltaba la firma del mas deseado de todos!

el rosarian!


YO YA PUSE LA FIRMA... ACÁ TENE TU ANALITICBLOGERPOST :P