Recepción de mi lugar de trabajo. Estaba buscando un número de interno de un compañero para no volver a subir. Veo globos pegados en la pared y pregunto...
Chul: Che, ¿Fue el cumple de alguna de ustedes?
Recepcionista 1: Sí, el mío, ayer.
Chul: ¡Feliz Cumple! ¿Cuántos?
R1: Veintitrés.
Chul: Bien.
R1: ¿Por qué esa cara?
Chul: No puse cara de nada.
R1: Sí, pusiste cara.
Chul: ...
R1: ¿Qué? ¿No parezco de 23 años?
Chul: Sí, sí. Soy yo el que no parece de 21.
R1: Yo tenía 21 hace dos años.
Chul: ...
Seguí revisando a ver si encontraba el número. En vano.
Chul: No quisiera romper las bolas, pero ¿No me cantás un interno?
R1: No, cantartelo no puedo. No me da la voz.
Chul: ...
R1: A lo sumo, te lo digo.
Chul: ...
R1: Esperame que me fijo.
Mientras tanto, me acomodé en el mostrador y como toda persona le dí un par de golpecitos sobre la superficie creyéndome Tito Puente.
R2 (con toda la mala onda del mundo): Disculpame... ¿Vos tenes complejo de baterista?
Chul:(pensando) Hacete cojer.
Chul: No vuelvo a golpearlo, no te preocupes.
R1: No me figura el número acá.
Chul: Ok, gracias igual.
Salimos con un compañero de nuevo al pasillo principal.
Chul: Es idea mía o...
Diego: Si, te pegaron el agite de tu vida.
Chul: Lo supuse.
Un rato después nos encontramos con quien quise ubicar minutos antes.
Chul: ¡Acá estás, hijo de puta!
Juan: Pensé que bajaban.
Chul: Me banqué que las dos pelotudas de recepción me deliraran mientras intentaba localizarte. Sentite mal.
Juan: ¿Qué pasó?
Le cuento lo sucedido.
Juan, descostillado de la risa: ¿No te habías agarrado con el del Banco ya una vez?
Flashback, 9 de Abril de 2010.
En las instalaciones de mi lugar de trabajo hay una sucursal de Standard Bank.
Creo que había ido a pagar la tarjeta de crédito.
Banquero: Pero este trámite lo podés hacer por Internet.
Chul: Sí, lo sé.
Banquero: ¿Entonces?
Chul: Es que ya me pasó una vez que me debitaran automáticamente lo mismo dos veces y estuve varios días sin plata. No quiero que me pase de nuevo.
Banquero: No entiendo como hay gente que trabaja acá en IBM.
Chul: ¿Qué decís, imbécil?
Banquero: ...
Chul: Para el caso hay gente que estuvo diez años estudiando Ciencias Económicas en la UBA para terminar atrás de un vidrio.
Chul: Si, me parece que a la gente de acá mucho no les simpatizo.
04 junio 2010
20 mayo 2010
01 mayo 2010
Mar... con o sin Plata
Mar del Plata no se cansó de sorprenderme desde el primer momento.
Apenas comenzada la caminata matutina por la costa, con el pantalón arremangado hasta las rodillas y las olas mojándome las patas, divisé a dos señoras que por su atuendo serían divisadas a diez kilometros de distancia y en penumbras.
Una de ellas lucía un trajecito color turquesa con un cinturón de colores que le rodeaba por completo los resultados de una vida de buen comer. Se me acercó para pedirme un cigarrillo y apenas saqué mi mano para tenderle la pequeña barrita de tabaco, la tomó y empezó a jugar con las líneas de la palma. De ojos negros e impacientes, comenzó a hablarme e inmediatamente me cegué. No se trataba de un conjuro, de la sal en el aire marino o de algún miticismo de su presencia. Digamos que me encandiló hasta lo más profundo del cerebro con el reflejo del sol sobre sus dientes perfectamente revestidos en oro.
Me pidió dinero, y aunque en un primer momento ofrecí monedas, la dama insistió hasta dar con su cometido: saqué de la billetera dos pesos.
Me habló sobre las miserias humanas, sobre la traición de un amigo, y me pidió otro billete, esta vez de diez pesos, que formando una cruz con el anterior solucionarían mis problemas económicos. En vano fue ofrecer resistencia a la voluptuosa sexagenaria, que devenida en barrabrava, me presionó lo suficiente como para hacerme entender que no se trataba de un chiste.
La señora continuó su discurso un lapso de tiempo que no logro recordar y en simultáneo su acompañante auguraba mi éxito en terrenos carnales. Al momento de despedirse, me obligó a abrazarla con fingido cariño, besarle el cachete adiposo con amor adolescente y me dejó una suerte de ramita o yuyo que guardé con miedo.
Con doce pesos menos, sin cigarrillos, y el culo en las manos, subí a la rambla a chequear si alguna maldición me había hecho crecer un tercer ojo a la altura del codo, si me había convertido en señorita y estaba menstruando o si se me había agrandado, como por arte de magia, alguna parte interesante y útil de mi cuerpo.
Una vez realizado el relavamiento y de descubrir que todo estaba en orden, tomé aire tratando de calmarme, aunque seguía perturbado.
Ante la duda sobre qué hacer con el vegetal que descansaba dentro de mi bolsillo, opté por llamar a una persona que, por un pacto oscuro con el diablo a temprana edad, sabe de estas cosas.
El telefono sonó y rapidamente me atendió con su ton de voz de docente de escuela primaria. Le conté lo sucedido, acongojado, y me respondió con un contundente: "Sos un boludo, hijo mío". Viniendo de quien me tuvo nueve meses dentro de la panza, no me quedó otra que tomarlo como una verdad absoluta. La charla concluyó en menos de tres minutos y, perdido por perdido, me recomendó que el trocito verde cortado para la ocasión sea conservado donde me fue indicado y que, al momento de volver a Buenos Aires, sería sometido a examen.
Me voy al casino. Vamos a ver si funciona.
Apenas comenzada la caminata matutina por la costa, con el pantalón arremangado hasta las rodillas y las olas mojándome las patas, divisé a dos señoras que por su atuendo serían divisadas a diez kilometros de distancia y en penumbras.
Una de ellas lucía un trajecito color turquesa con un cinturón de colores que le rodeaba por completo los resultados de una vida de buen comer. Se me acercó para pedirme un cigarrillo y apenas saqué mi mano para tenderle la pequeña barrita de tabaco, la tomó y empezó a jugar con las líneas de la palma. De ojos negros e impacientes, comenzó a hablarme e inmediatamente me cegué. No se trataba de un conjuro, de la sal en el aire marino o de algún miticismo de su presencia. Digamos que me encandiló hasta lo más profundo del cerebro con el reflejo del sol sobre sus dientes perfectamente revestidos en oro.
Me pidió dinero, y aunque en un primer momento ofrecí monedas, la dama insistió hasta dar con su cometido: saqué de la billetera dos pesos.
Me habló sobre las miserias humanas, sobre la traición de un amigo, y me pidió otro billete, esta vez de diez pesos, que formando una cruz con el anterior solucionarían mis problemas económicos. En vano fue ofrecer resistencia a la voluptuosa sexagenaria, que devenida en barrabrava, me presionó lo suficiente como para hacerme entender que no se trataba de un chiste.
La señora continuó su discurso un lapso de tiempo que no logro recordar y en simultáneo su acompañante auguraba mi éxito en terrenos carnales. Al momento de despedirse, me obligó a abrazarla con fingido cariño, besarle el cachete adiposo con amor adolescente y me dejó una suerte de ramita o yuyo que guardé con miedo.
Con doce pesos menos, sin cigarrillos, y el culo en las manos, subí a la rambla a chequear si alguna maldición me había hecho crecer un tercer ojo a la altura del codo, si me había convertido en señorita y estaba menstruando o si se me había agrandado, como por arte de magia, alguna parte interesante y útil de mi cuerpo.
Una vez realizado el relavamiento y de descubrir que todo estaba en orden, tomé aire tratando de calmarme, aunque seguía perturbado.
Ante la duda sobre qué hacer con el vegetal que descansaba dentro de mi bolsillo, opté por llamar a una persona que, por un pacto oscuro con el diablo a temprana edad, sabe de estas cosas.
El telefono sonó y rapidamente me atendió con su ton de voz de docente de escuela primaria. Le conté lo sucedido, acongojado, y me respondió con un contundente: "Sos un boludo, hijo mío". Viniendo de quien me tuvo nueve meses dentro de la panza, no me quedó otra que tomarlo como una verdad absoluta. La charla concluyó en menos de tres minutos y, perdido por perdido, me recomendó que el trocito verde cortado para la ocasión sea conservado donde me fue indicado y que, al momento de volver a Buenos Aires, sería sometido a examen.
Me voy al casino. Vamos a ver si funciona.
22 abril 2010
De la vida cotidiana (otra vez)
Antonela volvió de sus vacaciones en Mendoza.
Estando allá, le hicieron una entrevista en el diario local por todo el tema del turismo durante Semana Santa.
Ya de vuelta en Buenos Aires, cenando...
Anto: ¿Ves? ¿Quién conocés que se vaya de vacaciones y salga en los diarios?
Chul: Los Pomar...
Estando allá, le hicieron una entrevista en el diario local por todo el tema del turismo durante Semana Santa.
Ya de vuelta en Buenos Aires, cenando...
Anto: ¿Ves? ¿Quién conocés que se vaya de vacaciones y salga en los diarios?
Chul: Los Pomar...
23 marzo 2010
16 marzo 2010
De la vida cotidiana I
Sala de Reuniones. Hace una semana me asignaron a una mujer para que me ayude con un proyecto.
Mi Jefe: Bueno la idea es que ella sea la que lleve adelante el laburo.
Chul: Ok.
Mi Jefe: Entonces, que ella sea la que opere y en tal caso serás vos el que la apoye.
Chul: Ok...
Mi Jefe: Pero la idea es que se nutra con esto y que vos no estés todo el día, todos los días apoyandola, sino..
Chul: ¡Sino es vicio, Roberto!
5 monos mirándome con cara de "No aprendés más".
Chul: Me voy, ¿no?
Mi Jefe: Sí.
Mi Jefe: Bueno la idea es que ella sea la que lleve adelante el laburo.
Chul: Ok.
Mi Jefe: Entonces, que ella sea la que opere y en tal caso serás vos el que la apoye.
Chul: Ok...
Mi Jefe: Pero la idea es que se nutra con esto y que vos no estés todo el día, todos los días apoyandola, sino..
Chul: ¡Sino es vicio, Roberto!
5 monos mirándome con cara de "No aprendés más".
Chul: Me voy, ¿no?
Mi Jefe: Sí.
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